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lunes, 4 de julio de 2011

Tal como lo ve Bill No. 205

La Virtud y el Autoengaño


Solí consolarme con una creencia exagerada en mi propia honestidad.
Mis parientes en Nueva Inglaterra me habían inculcado lo sagrado de
todo compromiso o contrato comerciales, diciendo "con su palabra un
hombre compromete su honor". Después de esa inculcación, la honestidad
en los negocios siempre me era fácil; nunca engañé a nadie.


Sin embargo, este pequeño fragmento de virtud, logrado sin gran
dificultad, producía en mí algunos curiosos defectos. Sentía sin
fallar un desprecio recto hacia aquellos de mis compañeros de Wall
Street que estafaban a sus clientes. Esto era suficientemente
arrogante, pero el autoengaño que acarreaba era aun peor.


Mi apreciada honestidad comercial luego se convirtió en un abrigo,
bajo el cual podía esconder la multitud de graves defectos que
afectaban los demás aspectos de mi vida. Estando seguro de esa única
virtud, me era fácil concluir que las tenía todas. Durante muchos
años, esto me impedía que me mirara honestamente a mí mismo.


GRAPEVINE, Agosto de 1961

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